Marineros

Descarga de pescado en el puerto de Avilés. ©Miki López 2007
Marineros
Soy más de mar que de mina. Imagino que será por haberlo mamado al nacer a orillas del Cantábrico. Pasaba horas en la ventana de mi habitación viendo las olas engullirse el espigón de San Esteban en una demostración de fuerza que encogía un corazón infantil. Me educaron en el respeto a la mar que tan pronto daba como quitaba a su antojo. Incluso sufrí en mis propias carnes esos caprichos un día de verano de 1993 cuando un temporal nos sorprendió en un caladero a 5 millas de la costa.
Llegamos a puerto con olas de tres metros mordiendo la popa de la lancha. Creo que jamás pasé tanto miedo en mi vida. Pero aquel episodio me hizo entender de primera mano el coraje de tantos y tantos marineros, trabajadores de la mar que se enfrentan a diario con la bravura incontrolable del Cantábrico para poder llevar a casa un jornal de los de vivir al día.
Porque cuando este mar se encabrona nos vienen a la memoria muchos desastres que marcaron la vida de tantos pueblos costeros asturianos. Mi padre me contaba que durante la terrible galerna del 61, el mar se sentía bramar desde los valles de Candamo. Aquel temporal se tragó a decenas de marineros que se vieron sorprendidos por una borrasca traicionera en tiempos en los que las previsiones meteorológicas eran lo hechos consumados.
Las cosas, gracias a dios, han mejorado mucho en ese aspecto desde entonces pero las cicatrices de aquellos desastres perviven en la memoria y el subconsciente de cada marinero que respira aliviado cada vez que amarra a puerto.