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Los miserables

Asturias, Fotoperiodismo, Sociedad y Cultura / No Comment / 27 julio, 2019

perros abandonados

    Reportaje en el albergue de perros y gatos de Oviedo

Abandonados

Alguien se acerca con un perro a las puertas del albergue de animales de Oviedo. Al final de la correa, se distingue claramente un pastor alemán que le sigue confiado hasta la puerta del centro. En la instalación tienen cabida más de 250 animales, en su mayoría abandonados, maltratados y vejados por sinvergüenzas de dos patas: los miserables. Es verano, temporada alta para olvidar a los juguetes de navidad.

El individuo amarra el animal a una de las puertas metálicas que cierran el recinto de la protectora y acto seguido, en el colmo de la hipocresía, es capaz de despedirse del pobre perro con un par de caricias al estilo «beso de Judas». Hay que tener cara.

Obsolescencia programada

Muchas veces, las desgracias se ceban con la gente y se llevan por delante a unas mascotas que quedan desamparadas ante la pérdida de su dueño. Otras veces, se presentan problemas inicialmente desconocidos, que hacen imposible la convivencia con el animal recién llegado al hogar. Y los albergues ayudan a encontrar un nuevo encaje a estos animales fomentando su adopción.

Perros abandonados

Perro en el interior de una de las jaulas del albergue de animales de Oviedo. 26 de julio de 2019. ©Miki López/LNE

Pero en la mayoría de los casos, los abandonos surgen como consecuencia del incordio que supone la implicación que siempre exige el cuidado de una mascota que, en principio, nos acompañará durante al menos una década de nuestra vida. Y vienen para formar parte de la familia como unos más. Pero algunos miserables piensan que los perros deben de tener obsolescencia programada, tal como si  fuese un móvil o una Playstation.

Albergues de esperanza

Y cuando se cansan del juguete, lo abandonan en una carretera o lo apalean hasta la muerte para terminar tirándolo en un contenedor. Y el miserable se va tan tranquilo de vacaciones, sin mayor remordimiento que el de haberse gastado unos euros en comprar y mantener al incordio que acaba de amarrar a la puerta de una perrera.

Hoy visité el albergue. Suelo hacerlo todos los años y siempre salgo con esa sensación de pesadez que me provoca la mezquindad humana. De aquellas jaulas brotan ladridos en los que se entremezclan alegrías, tristezas, amarguras y esperanzas de unos animales que se entregan con infinita lealtad a la más mínima caricia.

perros abandonados

Albano en la jaula. Oviedo, 26 de julio de 2019. ©Miki López/LNE

Y lo peor son sus miradas. Miradas de agradecimiento en unos ojos que uno explora en su profundidad, tratando de ver el reflejo del miserable que lo condenó a vivir  tras los barrotes fríos de una jaula de la que cada día que pasa es más difícil salir.

Los cuidadores se desviven por estos bichos inocentes. Están limpios, bien alimentados de pienso y cariño. Con su trabajo vuelven a dibujar sonrisas perrunas en los rostros de unos animales que sin duda, volverían a ser felices si alguien les concediese la segunda oportunidad para ofrecer todo a cambio de casi nada.

A poder ser muy lejos de los miserables.

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