El río que nos vio pasar
Un patio lleno de niños de entre 4 y 12 años, un par de adolescentes y una abuela. Es agosto de 2016 en la casa de mi madre. Un agosto más en un lugar privilegiado del paraíso. Un agosto no muy distinto al de aquellos veranos de los 70, en este mismo escenario en el que los niños éramos los padres y los padres los abuelos. La torre del castillo de San Martín ve pasar la vida como el río que acaricia sus murallas poco antes de morir en el Cantábrico. El Nalón que refrescó nuestros juegos estivales nace y muere a diario en un bucle eterno que nos hace pequeños y efímeros, como verdaderas aves de paso. Creemos ver pasar el río hasta que el tiempo nos hace entender que en realidad es el río el que nos ve pasar en un breve suspiro de su existencia, enseñándonos a valorar las cosas en su justa medida. Somos agua de ese cauce, agua que nace y muere diluyéndose en el océano del tiempo. Si un día soy abuelo en otro verano azul tan intenso como éste, volveré a darte las gracias Nalón por haberte fijado en nuestro paso. Los niños juegan, el río fluye y la vida sigue. Que delicia.